Search This Blog

Monday, May 24, 2010

My new short story. El arete.

Esta noche, hablé, gozé, bebí y fumé con amigos que conocí hace solo dos días. El de ojos azules y acento de telenovela me besó en el elevador. ¿Ó lo besé yo? No importa quien besó a quien. En el segundo piso, en su cuarto, en el lado derecho de su cama, el miraba mis ojos cerrados, con una sonrisa siniestra que yo no veía.

“¡Qué preciosa!” mi amante de diez minutos me decía. “Mírame. ¿Porqué te escondes? Abre los ojos.” Poderoso como un dictador pero tierno como una nena de catorce.

Me seguía hablando y haciendo preguntas. Y yo, con los ojos apretados para no aflojar nada, decía cosas sin sentido que sonaban muy originales para aliviar mi mortificación de desnudez. ¿Porque me había desnudado si el aún estaba vestido? Me había besado fuerte primero, respirando como si le faltaba aire. Después suave, casi sin tocar mis labios con los suyos. Sus manos estaban igual de indecisas, como si al tocarme en aquel lugar bajo el ombligo hubiese visto todos mis males y se había arrepentido.

Ahí estaba yo, victoriosa ante el debate interno de mi moral, entregada por completo a alguien cuyo apellido era de otra y a la misma vez viendo, por primera vez, los ojos de alguien en su propio debate.

Ahora él, mi amante de veinte minutos, me pide que me ponga mi ropa. Pero no lo hago immediatamente. Pensé que era uno de esos juegos, obviamente influenciada por la historia corta que había leido esta tarde sobre el “foreplay,” en el cual No era Si, y Véte era Quédate.

Lo sabía. Me besó de nuevo, mi amante de veinticinco minutos. Las mariposas salieron de su jaula, pero gracias a Dios, se quedaron debajo de la piel y no escaparon. Y pensé por un segundo que me quedaba, que sí me quería, que por fin había ganado el juego amoroso antes del coito. Pero su beso moría, era lento como un adiós triste. Sin emoción. Sin respirar fuerte ni abrir la boca para dejar entrar mi lengua desesperada.

“Uno más,” susurré. “Uno más.”

Mi amante de cuarenta minutos se despegó de mi pecho. Su mano, la que yo anhelaba en mi pecho, recogió mi blusa del suelo. Tierno, me pegó un beso en la frente como si fuese mi padre. Y ví su espalda amplia mientras se alejaba de mí, su espalda que hacía unos segundos había rayado con mis uñas.

Abrió la puerta de su cuarto de hotel, aún yo sin terminar de abotonarme el pantalón. Y yo, por no dejarlo esperando en la puerta--que considerada--me salí sin ponerme los zapatos ni ajustarme el pelo. Esperaba un “Espera” ó un “No te vayas.” Y hasta cuando la puerta cerró, sentí que se habriría nuevamente en cualquier momento.

Esperé.

Mi cuarto no estaba lejos, pero iba lenta por el casi “walk of shame” a ver si mi ex-amante se arrepientía. La puerta abriría en cualquier momento. En el elevador, el botón de Door Open le mantuvo compañía a mi dedo por diez minutos.

Es la barriga, lo sé, y el aliento de borrachona que heredé de mi abuela paterna. Mi amigo-luego-amante se había convertido en solo otro destrozador hypócrita de mi ego. “Eres linda pero véte. Que suave tu piel pero vístete.”

¿Qué dirá mi marido cuando le pregunte que porqué nunca me acaricia mi cara como me la acarició el casi-casi? Obviamente tendré que reformular esa pregunta para no delatar lo que no pasó aquí esta noche: que mi dictador me mordió el brazo, que todavía siento sus dientes ahí, que me toco la cara como nunca nadie y acarició mi pelo estirado por un buen rato, y que pasó sus dedos de escritor sobre mis labios hasta que me dolían, hasta que no podían. ¿Que dirá mi esposo cuando le diga que se me perdió el arete que me regaló el Dia de las Madres? ¿Qué dirá la esposa de mi casi-casi cuando encuentre ese arete, el cual dejé en su maleta para que me recuerde.

Fué mi culpa. Fué que me gustó demasiado. Mi papá decía que al comprar un auto, no te debes emocionar mucho cuando te gusta porque no puedes negociar. Miré por el agujero de la puerta de mi cuarto a ver si se había arrepentido. Y lloré en luto al hombre que no había muerto, sino que dormía solito en el cuarto 241, sin mí.

¡No! Voy a verlo. Es un juego. Abrí mi puerta.

Sunday, May 02, 2010

Excerpt of my novel, untouched and unedited for nearly two years now. I think it's time i revisit my baby!

Nate took a step back. Looking at him I could not help but feel this overwhelming insignificance. The gap between his physical beauty and mine, an abyss. If I had considered myself a nobody in a world full of somebodies, comparing me to him only assured my status as a big-fat-zero. Then again--and I gave myself some credit by allowing this thought to enter me--he seemed to be somewhat interested in me. Didn’t he?

A breeze sent leaves tumbling across the graveyard; the lucky ones attached themselves to his jeans, while others merely rocketed and plunged tenderly around him. It soothed me a little until he released my hand. I realized I had been the one holding it fast.

Don’t leave!, my thoughts begged him, but nothing came out of my mouth. I was immobile. Stupified. The masochist in me loved every second of this torture. But the seconds ticked and he was starting to look confused. Speak to him!

Nate bent down to grab what looked like a red snake on the green grass.  My scarf. "You dropped this," he finally said.

Still nothing. Hello? Will I ever speak again?

Finally some movement. My hand came up to my head as though I physically massage my brain into giving me the words. I was about to part my lips and say...something, when he neared my scarf to his face, closed his eyes, and inhaled. A deep inhale. With his lids closed and the sun hitting him just so, he looked like the angel in my dreams. I imagined him like this. This close to me. This beautiful. Until now, all I’d had was the hope of something amazing. And now, amazing stared at me with his fire-eyes as he walked toward me with my scarf in his hands, extended forward as though it were an offering of peace.

“Come here,” he said. And he looked at me.

I should have put on a diaper before leaving the house. Was he saying those words, or was I imagining them?

“I...” Would it be ridiculous to ask him to pinch me or slap me.

He placed the scarf around my neck. My knees almost gave out and so did my heart.

“Nate,” I whispered. Wow. My voice worked. I cleared my throat to try to mask that ridiculous quiver in my voice.

“Yes?” he asked. Oh, he knew his effect on me. That little smirk. That little beautiful smile between those lips.

His hands played with my scarf for just a second before his touch melted on my face as hot as the sun itself, yet a wave of cold hit my face. His breath, it was so cold, and it caressed me with each breath he took. But no matter how used I was getting to his closeness, nothing could have prepared me for the way I felt when his rockstar lips rushed into mine, playing it's own guitar solo in my mouth. And, as though my arms were entities of their own, they suddenly wrapped around his neck.

Victor who? First kiss what?

This was it. The kiss to judge all other kisses upon. His cold tongue danced a mouth-watering ballet, while I gasped for air during the interludes. The guitar solo in its crescendo.